Nací
para ser espectador, o eso es lo que decía mi madre, mi madre en su arrepollado
vestido de domingo, mi madre en color damasco, de faldas enormes, sobre enaguas
enormes. Quizá por eso siempre me gustó ver explotar las cosas, ver como todo se
hacía trizas: un plato, la porcelana estratégicamente mal ubicada, un roce, el tambaleo premonitorio de una caída
inminente y ¡pujk! ¡plash! ¡bum!, el crujido dulce de una onomatopeya evaporándose
en el universo del sonido; eso es lo grandioso de las onomatopeyas, no importa
cuántas use, cambie, redirecciones, fragmente en mi mente, todas terminan
sirviéndome. Y es que hacer estallar cosas es una de las artes más
incomprendidas ¿Cómo esperar que un hombre entienda lo maravilloso de la
metamorfosis del cosmos en el caos? ¡Imposible! ¡No pueden! Y ellos nunca
entendieron el mecanismo del universo, ni les interesó hacerlo. “Demasiado
peligrosas” decían, “Demasiado peligrosas”. Como si asimilaran la complejidad
de un aparato como el que les hice, el deleite de los dientes metálicos
acoplándose uno sobre otro en un eterno retorno sincronizado, el disfrute de
aquella expectación al girar manualmente la llavecita de cobre siete veces, o
el agudo sonido del clic anunciando cuando la cuerda acababa. Qué iban a saber ellos,
todos ellos; afrancesados, borregos, todas partes insignificantes de un sistema
mucho más complejo que revolucionario, piezas fácilmente reemplazables.
Entonces hablaron de mí a mis espaldas: “Estás loco” Dijeron, una, dos, tres
veces, cientos, miles; una y otra vez en mí cabeza, hasta que fue suficiente. No
era el único hombre por las calles esa noche y a esas horas, pero lo parecía. Tic. Mis
nuevas botas resonaban con eco nefasto sobre los adoquines. Tac. Podía oír
cantar como un silbido lejano a través de las sombras a las lámparas de gas que
iluminaban Valparaíso en un inquietante tono soprano. Tic. Haciendo mí espacio
un típico escenario shakesperiano. Tac. Siempre me gustó ver estallar cosas.
Tic. “Solo puede darse cuerda manualmente” dije .Tac. “Si tú mismo la usas no
hay problema” dijeron. Tic. Aunque quizá no nací solo para verlas. Tac. Enviaron
el caos oculto bajo mi camisa francesa. Tic. “Pasaremos este día a la historia”
pensamos. Tac. No hace falta decir que en parte no sonreía. Clic…
*Cuento publicado en la Gaceta Cetáceo Negro (2015)
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