jueves, 5 de marzo de 2015

"Anotaciones mentales de un inventor revolucionario"









Nací para ser espectador, o eso es lo que decía mi madre, mi madre en su arrepollado vestido de domingo, mi madre en color damasco, de faldas enormes, sobre enaguas enormes. Quizá por eso siempre me gustó ver explotar las cosas, ver como todo se hacía trizas: un plato, la porcelana estratégicamente mal ubicada, un  roce, el tambaleo premonitorio de una caída inminente y ¡pujk! ¡plash! ¡bum!, el crujido dulce de una onomatopeya evaporándose en el universo del sonido; eso es lo grandioso de las onomatopeyas, no importa cuántas use, cambie, redirecciones, fragmente en mi mente, todas terminan sirviéndome. Y es que hacer estallar cosas es una de las artes más incomprendidas ¿Cómo esperar que un hombre entienda lo maravilloso de la metamorfosis del cosmos en el caos? ¡Imposible! ¡No pueden! Y ellos nunca entendieron el mecanismo del universo, ni les interesó hacerlo. “Demasiado peligrosas” decían, “Demasiado peligrosas”. Como si asimilaran la complejidad de un aparato como el que les hice, el deleite de los dientes metálicos acoplándose uno sobre otro en un eterno retorno sincronizado, el disfrute de aquella expectación al girar manualmente la llavecita de cobre siete veces, o el agudo sonido del clic anunciando cuando la cuerda acababa. Qué iban a saber ellos, todos ellos; afrancesados, borregos, todas partes insignificantes de un sistema mucho más complejo que revolucionario, piezas fácilmente reemplazables. Entonces hablaron de mí a mis espaldas: “Estás loco” Dijeron, una, dos, tres veces, cientos, miles; una y otra vez en mí cabeza, hasta que fue suficiente. No era el único hombre por las calles esa noche y a esas horas, pero lo parecía. Tic. Mis nuevas botas resonaban con eco nefasto sobre los adoquines. Tac. Podía oír cantar como un silbido lejano a través de las sombras a las lámparas de gas que iluminaban Valparaíso en un inquietante tono soprano. Tic. Haciendo mí espacio un típico escenario shakesperiano. Tac. Siempre me gustó ver estallar cosas. Tic. “Solo puede darse cuerda manualmente” dije .Tac. “Si tú mismo la usas no hay problema” dijeron. Tic. Aunque quizá no nací solo para verlas. Tac. Enviaron el caos oculto bajo mi camisa francesa. Tic. “Pasaremos este día a la historia” pensamos. Tac. No hace falta decir que en parte no sonreía. Clic… 




*Cuento publicado en la Gaceta Cetáceo Negro (2015)

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