Se
escucharon pocos golpes, pero muy fuertes.
—Lo
vieron en la plaza de Brasil —dijo Claudio apenas le abrieron la puerta.
—¿Qué
estaba haciendo? —preguntó Raúl, tomando su chaqueta del perchero y
poniéndosela con velocidad.
—Rondando
por ahí, nada más. Te hará falta la espada.
—…
Está bien —sólo entonces, Raúl se dio cuenta de que su amigo llevaba la lanza
en la mano y el escudo a la espalda.
Bajaron
las escaleras del edificio casi corriendo. Les tomaría unos diez minutos llegar
a Brasil, debían apurarse. Su objetivo podría irse en cualquier momento.
—¿Seremos
sólo los dos?
—No,
llamé a Rocío. Dijo que nos encontrará ahí.
—Bien.
No nos atrasemos, o nos lo sacará en cara hasta aburrirse.
Llegaron
algunos minutos antes de lo esperado. Ahí estaba ella, con la espalda apoyada
contra un árbol, la rodela sujeta al brazo, y la cabeza del hacha en el suelo.
—Hola
—les dijo, levantando la mano del escudo.
—Buenas
—respondió Claudio.
—Tanto
tiempo —saludó Raúl—. ¿Dónde está?
—Mira
al otro lado del árbol —siguió ella.
Lo
vieron enseguida. Medía algo más de dos metros de alto, y casi uno de ancho. Lo
cubría un abrigo marrón, arrastraba una larga y gruesa cadena por el suelo, sus
grandes botas pisaban fuerte, y tenía el cabello como las crines de un caballo.
Aún así, lo más llamativo eran los dientes de jabalí que asomaban de su boca.
—¿Ahora
ves por qué necesitas la espada? —le preguntó Claudio a Raúl. La respuesta fue
una ceja levantada.
—¿Y
qué esperamos? —dijo Rocío, levantando su hacha.
En
vez de responderle, Claudio sujetó su escudo y posicionó su lanza, mientras
Raúl desenvainaba su mandoble. Ya listos, se dirigieron a su objetivo.
—¡¿Pueden
apresurarse?! ¡¡No tengo todo el día!! —gritó el trol.
—¿Desde
cuándo sabe que estamos aquí? —se preguntó Claudio, mientras sus dos compañeros
cargaban contra el enemigo.
—No
importa —le dijo Raúl, dando un golpe con su espada. Podría haber partido a un
hombre en dos, pero el trol bloqueó con su antebrazo. Sólo el cuero de su
abrigo fue cortado por el arma.
Rocío
flanqueó y lanzó un hachazo a la espalda del enorme guerrero. Sintió que rompía
carne con su arma, pero el rival ni siquiera se inmutó.
“Sigue
siendo un hombre” pensó Raúl, sujetando su espada con una mano en el mango y
otra en la hoja, y dando una fuerte estocada. “…Aunque no lo parezca”. El golpe
habría atravesado el techo de un auto, pero apenas pudo atravesar la piel del
trol.
—¡¡Ya
me cansaron!! —gritó el gran hombre, y giró su cadena. Tenía una fuerza
sobrehumana, muchísima incluso para un descendiente fomor. Los eslabones
silbaron alrededor suyo, y los tres guerreros apenas pudieron esquivar.
—¿Pensaste
que con la espada bastaría? —le preguntó Raúl a Claudio, mientras ambos tomaban
distancia del trol y su larga cadena.
—No,
sólo sabía que te haría falta —respondió—, ¿te imaginas pelear contra él a mano
limpia?
—Ninguno
de ustedes podría —dijo Rocío, lanzando un golpe de su hacha con ambas manos a
la cintura del trol. Al fin logró sacar sangre.
—¡¡Nadie
podría!! —gritó su rival, volteándose y golpeándola con el antebrazo.
—¡Ahora!
—dijo Claudio, arremetiendo con su lanza contra la espalda del monstruoso
hombre. Raúl lo siguió, lanzando un corte desde arriba con su mandoble.
La
lanza asomó por el pecho del enemigo, y la espada cortó desde su hombro hasta
su pecho. Pero no cayó.
Soltando
un rugido inhumano, se volteó de nuevo, arrancando las armas de las manos de
sus portadores.
—Jamás
la tocarán… no los dejaré acercarse. Ríndanse ahora, ¡¡o los destriparé a todos
y me comeré sus hígados!! —diciendo esto, el trol golpeó el suelo con ambos
puños. A los tres guerreros les pareció que era un temblor.
—¿Tocar
a quién? —preguntó Raúl, tratando una vez más de flanquear a su rival.
Necesitaba recuperar su arma si quería tener una oportunidad de vencer.
—¡¡Aléjate
de ella!! —rugió la bestia. Sus ojos estaban llenos de furia, y comenzaba a
echar espuma por la boca. Sus colmillos parecían aún más grandes que antes.
—¿Quién
es ella? —inquirió Rocío, acercándose mucho, tal vez demasiado, embistiendo al
monstruo con su escudo y lanzándole un hachazo a la cabeza. Acertó, y el ruido
del golpe fue como si el metal hubiera chocado contra un muro.
—¡¡Ella
a quien protejo!! ¡¡No los dejaré acercarse a ella!! —dejó caer su cadena, sus
ojos brillaron con ira, soltó un gran espumarajo, y sus colmillos se
extendieron desde su boca. La ira de protector lo había poseído por completo.
—No
queremos acercarnos a ella —le dijo Raúl, buscando el momento indicado para
lanzarse por su espada.
—Ni
siquiera sabemos quién es —siguió Claudio, avanzando cubierto por su escudo.
—Estamos
aquí por ti —terminó Rocío, lanzando de nuevo un hachazo, ahora contra el
rostro de su rival.
Su
respuesta fue un cabezazo que envió el arma lejos, casi logrando que la
guerrera la soltara.
—¡¿Por
mí?! ¡¿Qué buscan conmigo, si no a quien protejo?! —aunque habló más despacio,
su ira pareció más fuerte. Con un rápido movimiento, sujetó a Rocío por el
cuello, y la levantó casi medio metro del suelo, hasta mirarla frente a frente.
El
borde del escudo de Claudio le golpeó una pierna al trol, aboyándose como
resultado, en el mismo segundo en que Raúl le arrancaba espada y lanza.
Consiguieron que soltara a su compañera, y también que soltara otro rugido.
—¿Qué
buscamos? Has matado a más de quince personas —le dijo Raúl, lanzándole a
Claudio su arma, y empuñando la propia con ambas manos.
—Buscamos
detenerte —le espetó Rocío, tomando distancia.
—No
te dejaremos seguir haciendo esto en nuestra ciudad —concluyó Claudio, mirando
al trol a los ojos. Brillaban de ira, pero los de Claudio también brillaron.
La
cabeza de su lanza se envolvió en llamas. El monstruo no se impresionó.
—¡Todos
lo han merecido! —gritó el monstruo, cerrando su puño sobre la hoja encendida—.
¡Todos, y cada uno de ellos!
—¿Por
qué? —preguntó Rocío, mientras Raúl se escabullía hacia el trol, acercándose en
el mayor silencio posible. Si era notado, perderían la pelea.
—¡¡Se
han acercado a ella, a quien protejo!! —gruñó la bestia. El fuego se había
extendido por la manga de su abrigo, y casi alcanzaba su hombro, pero parecía
que no lo notaba.
—¿Es
esto lo que ella quiere? —preguntó Raúl, casi en un susurro, mientras daba un
paso adelante y un poderoso golpe con su espada—. ¿Esto espera de ti? —de nuevo la hoja
atravesó al trol. Esta vez, más precisamente. La sangre cubrió las manos del
hombre, y el suelo bajo el monstruo—. ¿Muerte?
Las
llamas de la lanza de Claudio se extinguieron, y Rocío bajó su hacha.
—Si
la tocan… —alcanzó a decir el trol, antes de quedar en silencio, quieto. Su
cuerpo no cayó, ni siquiera de rodillas.
—Debe
haber sido un buen protector —comentó Claudio, fijándose en algo que colgaba
del cuello del monstruo.
—Tal
vez, pero fue hace mucho —dijo Rocío, encendiendo un cigarrillo.
—¿Encontraste
algo? —le preguntó Raúl a su compañero.
—Un
collar que no parece de él —respondió Claudio. Era una paloma, pequeña y
brillante, hecha de plata, sujeta a una cadena del mismo material—. Es de ella
—dijo, antes de que sus compañeros le preguntaran.
—¿Puedes
rastrearlo? —inquirió Raúl.
—Lo
intentaré… Sí, sí pude.
—Eso
fue rápido —comentó Rocío, algo impresionada. No siempre la magia de su
compañero funcionaba tan velozmente.
Estaba
entre las flores, cerca del Arco Británico, pálida y muy delgada. Su cabello
estaba seco, y sus ojos cerrados por completo.
—La
vida dejó su cuerpo hace días —dijo Claudio—. El trol ni siquiera debe haberlo
notado.
—No
queda mucho que hacer —concluyó Raúl.
Rocío
sólo cerró los ojos, y encendió otro cigarrillo.
Les
dieron un mismo funeral a ambos. Claudio dijo unas palabras incomprensibles, y
sus llamas arcanas no tardaron en consumir ambos cuerpos, levantando chispas y
cenizas hacia las nubes.
—En
algún momento, tal vez, ella también lo quiso —dijo la guerrera, casi para sí.
—Espero
puedan encontrar la paz, los dos —agregó Raúl, muy despacio.
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