Siempre me había preguntado por
qué en entre Viña y Valparaíso construyeron castillos sobre el amparo de cerros
y rocas, siempre los había visto, pero no supimos en verdad lo que eran hasta
que fue demasiado tarde. Hay puntos en nuestro planeta donde convergen energías
de todas partes, y tanta colisión genera portales, nexos que unieron estas
intrincadas piezas arquitectónicas con el entorno. Estos enlaces se estudiaron, y pronto lograron
enviar objetos al “otro lado” (nadie sabía exactamente dónde). Lo malo fue, que
donde fuera que llegaran, molestó a sus habitantes. Primero llegaron elfos,
siempre educados y democráticos a pedir que por favor dejáramos de enviar
cachivaches a su mundo, con menos paciencia luego cruzaron algunos enanos,
quienes amenazaron con comenzar una guerra si no se detenía la investigación.
Sus sabios eran más inteligentes que nuestros científicos, porque las pruebas
no cesaron y finalmente tuvimos una irrupción masiva de orcos, sin diplomacia ni avisos, armados
hasta los dientes listos para tomar este mundo y destruir a quien se
interpusiera…
Ahí estaba yo, corriendo. Sentía
el bramar de la batalla detrás de mí. Los orcos no conocían Valparaíso, esa era
mi ventaja. Ellos me superaban en número, esa era la suya. Subí por la calle
Buenos Aires, esperando encontrar algún carabinero que me ayudara; las
barricadas estaban vacías, esto ya era tierra de nadie. Seguí corriendo, ellos
no estaban relacionados con las locas calles del puerto. Yo sí, y corro más
rápido.
En la esquina de Lastra con
Carrera abro rápidamente la puerta, y subo. Por primera vez me alegro de vivir
en un segundo piso; mi madre está en la cocina y me amenaza con el wok a penas
me ve llegar, la ignoro y me voy a mi habitación, tener un taller de arquería
siempre había avergonzado a mis amigos, hoy me salvaría la vida, o eso
esperaba.
Tomé el arco largo y acerqué el
carcaj a la ventana, tengo buena visual pero quedo expuesto completo. No me
importa. Veo a los orcos desorientados, están buscándome. Les silbo y lanzo la
primera flecha. Me gustaría decir que le atravesó el pecho a un orco,
penosamente se ensartó en una de las bolsas de basura. Las guturales risas
llenan la calle que de pronto se vuelve silenciosa, como si la guerra entre
razas no existiera, no se oye nada excepto las burlas. Preparo la segunda
flecha y lanzo, esta vez sí llegó al blanco. Las risas se acaban y los veo
acercarse a mi puerta. No pueden entrar, no se pueden llevar la gema de fuego,
el alma de Alimapu.
Disparo otras dos flechas,
poseído por la batalla, cuatro flechas mas, y cuando voy a tomar otra y apuntar,
me doy cuenta que ya no hay objetivos. Cierro la ventana y voy a la cocina, mi
mamá sigue con el wok en la mano; apenas me ve me abraza, el sonido del sartén
en el suelo nos sobresalta a los dos.
-“Debes irte hijo, la ciudad
pronto estará bajo el dominio orco, ya pasó en San Antonio y Quintero, han
llegado por la cosa, hijo, y no se irán sin esto”.- Me apunta justo donde está
la gema –“Prometí cuidarla, pero mi tiempo ya ha pasado, las clases de
arquería, instarte a hacer parkour…fue todo con un propósito. Vete pronto, tu
mochila está lista. Toma el arco y vete, el resto de los elementos ya ha
partido”.
Los sabios del otro mundo llamado
Fretios dijeron que con la reunión de las joyas de nuestro planeta podríamos
revertir el daño, al estar las cuatro juntas podríamos cerrar los portales y mandar
de vuelta a todo quien no perteneciera a la Tierra. Mi viaje comienza acá, en
Calle Carrera, entre Lastra y Colón. No sé donde estarán los otros tres, pero
sé que al menos trataré de encontrarlos.
Continuará....
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