domingo, 18 de enero de 2015

"El niño del entretecho" Segunda Parte, por Francisco Eduardo Sad

Transcurrió no sé cuánto tiempo y el pequeño husmeando las cajas descubrió la reserva de cubitos de azúcar de la Madre, estaba hambriento al igual que triste. No sabía cómo se habían marchado, recién ahora comprendía al pasar varios días que los Padres se habían ido. Extrañaba su leche y el aroma a canela de las mañanas. Hubiera dejado sus lápices a cambio de los gritos y bailes de su madre si le hubiera sido posible.

Mientras el pequeño comía los dulces cubitos, pese a su dulzura fue sintiendo que un abrumador vacío se le acercaba, y entendió que era algo que más tarde aprendería en sus libros: el amor. Así mismo, comiendo en dulce compañía de letras y hojas fue aprendiendo de a poco, con el pasar de las lunas a entender los extraños símbolos que le habían intrigado antes, a descubrir las letras y descubrir las historias que guardaban los incontables libros almacenados en el entretecho.  Pasó tanto tiempo que en medio de esta soledad el niño se olvidó de hablar y nada más en sus lecturas entablaba conversaciones imaginarias con personajes de Wilde, de Horacio Quiroga, y más adelante de la mano de Mistral conoció la necesidad de amar y entonces quiso buscar a la niña de la fotografía, quizás si la encontraba tendría las fuerzas para salir de aquel lugar. Sí, le emocionaba la idea de dejar de comer azúcar y sentir el amor por primera vez pero el pequeño había olvidado que la fotografía se había quedado en su habitación. Enfrascada y confinada la muchacha dentro del cristal, entre la felpa multicolor de sus peluches había sido olvidada por completo, privando al niño de su aroma conciliante y perpetuo.  Husmeando entre las cajas encontró un álbum fotográfico donde atrás de una de las fotos pudo leer, -“Lucas a la edad de ocho meses”, “ Lucas a la edad de 2 años”-. Descubrió entonces que su nombre era ese, Lucas… Siguió leyendo atrás de las fotos mientras “El Niño” se transformaba en “Lucas” de a poco como acrecentado por los retratos en blanco y negro.  Pensó que a su corta edad no entendía muchas cosas, como que sus padres se fueran a olvidar de él, como que su ahora amada estaba al igual que él extraviada entre algún periódico. Lucas sintió ese vacío en su corazón y el almíbar de los tantos cubos se fue impregnando en su latir, de a poco el dulce caramelo fue transformando el contrito corazón del niño en un dulce caramelo y seguramente la dulzura de éste le ayudaba a sobrellevar la amargura de su soledad.  

Podríamos decir que en la soledad de esta indolente buhardilla Lucas encontró lo más parecido a un mundo. Asimilando este estrecho universo como su única realidad se fue haciendo parte de las cajas y papeles impresos casi mimetizado en su interior.  Estos libracos formaron parte de la existencia mental del niño y se mantuvieron, como puede suponerse, en singular armonía con su carácter enclaustrado y visionario; Viajar, sí, que exquisita sensación, era todo lo que quería, al encuentro del amor.  Cierto día, ayudado por algunas termitas, descubrió mediante un pequeño agujero, el transitar ovalado de las estrellas, que se deslizaban vagamente escondiéndose en los vapores neblinosos del cielo anochecido del puerto de Valparaíso, quizás como un nuevo capricho de su infausto destino no pudo conocer la luna, que tanto le llamaba la atención, pues le causaba una singular angustia averiguar por qué tantos autores le enaltecían y le dedicaban sus melancolías a tal cosa brillante en el cielo. Pensaba que quizás éste astro nocturno tenía la capacidad de aliviar aquellos corazones entristecidos brindando algo similar a un milagro.

 Lucas, no perdía la esperanza y claramente su mundo entintado no era lo que para nosotros podría ser, pues a la corta edad en que había dejado el ahora “Mundo de abajo” le habían hecho sentirse como en una etapa posterior, donde la única melancolía que cargaba en su dulce corazón era la de haber extraviado a su pequeña Penélope de cristal. No entendía ni podía acusar su abandono mediante explicaciones, pues no había otra realidad para comparar, entonces nada más la resignación fue su llave de aliento y sumisión. 

Para cualquier niño a la edad de Lucas el solo hecho de pensar en un entretecho o en una araña o quizás solo tocar una polilla puede resultar un hecho impensado y espeluznante, no así para este pequeño que en las aberrantes criaturas había encontrado, sin temor a aventurarnos, el calor del cariño  que aunque nos parezca satírico, sobrepasaba el cariño que antes, en el “Mundo de más abajo”, había recibido. Claramente, se había habituado a este sucucho espantoso, extrañamente singular en su terror y en su belleza.  Mientras la aguja de la victrola repetía el “Nocturno op. 9 de Friedrich Chopin”, el dulce Lucas deshacía en su boca los terroncitos de azúcar, leyendo la poesía ensombrecida de Novalis, la leía y sentía que el tiempo pasaba y que su amada se encontraba ajena a sus demandas, desentendida del amor suplicante que el obseso infante acumulaba en sus esperanzas y en sus sueños.

Observó hacia el rincón más húmedo de su mundo y cuando lo hizo cobró conciencia de lo que haría. El amor le daba fuerzas para superar el temor que le tenía a los diarios y una torre se levantaba frente a él como una babel de papeles ajados y crespos, quizás más parecida a la torre Eiffel que por mecanismos metálicos poseía las letras torcidas por la humedad, en tipografías deformes acusadas por los hongos que decoraban sus bordes. El pequeño caminó lentamente mientras la luz de una rendija le daba de lleno, proyectando a sus espaldas una sombra que se acrecentaba lentamente y que parecía respirar.

 Desde los espacios pútridos del guardapolvo se asomaban impresionados los ojos lustrosos de los bichos y por el lapso de esos segundos no se oyó en ningún rincón el eco minimizado de las agujas agudas de los mismos. Las arañas parecían secas colgando de sus telarañas fantasmales y las polillas se perdieron entre el roneo amarillento y el polvo sin soplar. Lucas estiró su brazo delgado por sobre su cabeza y dio la impresión de que no miraba lo que quería alcanzar, como si algo desde arriba le mordiera los dedos y él en un esfuerzo impresionante debiera aguantarse la mordida. Alcanzó desde lo alto una edición del diario y lo llevó hasta el cajón donde hacía sus lecturas, justamente hasta el cajón de los cubitos de azúcar. Al abrirlo una serie de bichos más pequeños salieron apresurados desde el interior de los pliegues y se perdieron en las ranuras del piso, como gotas de mercurio negro absorbido por un imán subterráneo. 

 La luz de la rendija daba justo sobre la mesa encajonada, las letras desformes cobraban una sintaxis bastante  peculiar y las fotos parecían rodear con halos de tinta china a los personajes, dándoles una apariencia beatificante y trucada a la vez. Lucas leyó el titular:
 “Conmoción en el caso Lapostol”. Nuevos antecedentes aseguran que Sofía Lapostol, habría sido asesinada por error tras incidente entre militantes del MIR y Carabineros de Chile. Carabineros continúa la búsqueda en Valparaíso” ( El Mercurio de Valparaíso. Jueves 23 de junio, de 1971).  

Le costaba a Lucas asimilar que todo esto había pasado hacia quizás un año o dos, recién comenzaba a entender, claro, desde su mirada ingenua y fugaz, que todos esos diarios portadores de tan lamentables registros y que más bien parecían obituarios en vez de revistas, eran parte de este proceso dicotómico entre el idealismo y la lucha social. Unos por el poder otros por la igualdad, pero claro está que aquellos que se han querido apropiar la autoría de la conciencia colectiva sean del lado que fuere terminan siendo dictadores, opresores o de la libertad del pensamiento o del actuar. Chile estaba siendo dirimido por la lucha intelectual y era el hambre de un gobierno socialista o el capitalismo quien de esta o aquella forma terminaría por vetar la posibilidad de la libertad.

Para Lucas nada más había en estas páginas dolor y pesar, sin embargo debía ser fuerte para poder encontrar a la pequeña Penélope de Cristal. El tiempo seguía a su paso consumiendo las esperanzas…  ¡Esperen! Es ella, su hermosa Penélope, ¿Qué?, ¿Asesinada?-No era posible, claro que no..…Él sabía de los días, de los meses y todo aquello, pero no tenía reloj ni calendario por lo que la noción del tiempo le era completamente ajena. Es por esto que cuando hablamos de las fechas es para hacernos una idea que no pasa de ser una especulación circunstancial.

Por supuesto que el chico no entendía nada, que era antes y que es ahora… cómo saber acerca del paradero de su hermosa “Sofía”, ahora tenía una pequeña fotografía que recortó del diario en medio de la penumbra, era la misma fotografía que encontró en su niñez, solo que a menor escala. Un nudo asfixiante se paseó lentamente por su garganta y pareció apretarle el cuello, el pensamiento no se mostraba ajeno, sino más bien aturdido. Tenía lo que todos llamamos “Miedo”, susto de que a su pequeña le hubiera pasado algo y no fue necesariamente un sentimiento de egoísmo, de miedo a no poseer su amor, sino que vio por un segundo su propia vida apagada por la sensación de impotencia, de no poder ayudarla de alguna forma.

La noticia estaba fechada 23 de junio de 1971 pero no tenía ni idea cuanto tiempo llevaban esos diarios allí. Decidido a no perder las esperanzas, el pequeño Lucas continuó sus lecturas durante todo el día y durante toda la noche. Es así como se fue desarmando lentamente la temible torre de diarios, que ensombrecía su mundo y efectivamente era la causante de la oscuridad en su entretecho.

Por la mañana al abrir los ojos vio como su mundo sombrío pasaba a ser casi como un cuarto iluminado por el sol… La cantidad de diarios apilados en el muro había tenido todo este tiempo clausurada resplandecía saturada por los rayos de sol. Corrió con la cara llena de alegría hasta el cristal de la ventana pero no podía ver… Tanto tiempo en la penumbra lo habían vuelto ciego ante el resplandor fantástico del sol.  Se sentó junto a la mesa de los cubitos de azúcar y con sus ojos encandilados fue notando como lentamente todo iba cobrando forma, cada detalle pasaba de una gama de tonos grises a colores extraños que jamás imaginó volver a ver… Las letras del diario ya no estaban tan torcidas como la noche anterior.

“Sigue desaparecida la menor de seis años:” Tras tiroteo entre militantes del MIR y carabineros de Chile, la menor identificada como, Sofía Inés Lapostol Núñez continua desaparecida desde el pasado viernes , luego de la revuelta ocurrida en la plaza Aníbal Pinto. No se descarta la posibilidad de un secuestro; El diputado Enrique Lapostol (Radical), entabló una querella criminal contra quienes resulten responsables de este hecho, que tiene al país consternado.  “diario El Mercurio de Valparaíso, lunes 3 de junio de 1971”.

  El corazón parecía saltarle de alegría, seguro todo estaba entre estos diarios, 3 de junio de 1971. Le faltaba nada más una pequeña parte de los diarios para acabarlos por completo, continuó leyendo durante el día y hasta más tarde no tuvo problemas para leer, pues la luz era tan abundante como sus deseos de encontrar a la pequeña Sofía de cristal. Se hizo noche y nada, no había más noticias de su amada desaparecida. Tendido sobre el piso, Lucas repasó la última línea del diario de la temible torre y no halló nada más.  Fue esta la primera vez que el pequeño lloró y una tibia lágrima se alargó por su lívido rostro como un lápiz de cera húmedo y febril, la mirada ahora nublada, perdida en divagaciones y pensamientos lejanos le anestesió por un rato, inmerso en trágicas suposiciones y esperanzas triviales, no obstante sus lágrimas, como manipuladas por un borroso caleidoscopio comenzaron a dibujar en sus pupilas pequeños destellos, similares a los ojos de Martín, su gato, cuando éste se ponía frente a la luz… Se estrujó los ojos sorprendido y su sorpresa fue mayor porque medio llena una figura blanca y redonda se asomaba por su nueva ventana, ni siquiera tuvo tiempo de pensar pero supo de inmediato dos cosas: Que compartía plenamente la admiración por la luna al igual que los escritores que la habían citado en sus libros y segundo que tenía completa esperanza en que la luna le ayudara a encontrar a su amada Sofía. Continuó pegado a la ventana viendo como su respiración empañaba cada cierto rato el vidrio verdoso de su ventana y más tarde así como había llegado desde la nada hundirse en el horizonte azuloso del mar. El singular muchacho pensó en una infinidad de maneras para escapar del lugar, pero no había forma… Muchas veces había encontrado las respuestas a sus muchas intrigas en los empolvados libros que le rodeaban, sin embargo y quizás como proscritos de los libros que estaban en la sala de abajo, estos solo trataban de poesía y amor a diferencia de los apilados en orden abajo junto a la chimenea y que seguramente versaban temas más acordes a los ideales de su Padre, que ciertamente estaban lejos de vislumbrar el amor.

 Lo que el niño necesitaba era un libro donde encontrar un método para conseguir el escape al fin. Abrió una caja y emprendió la lectura, paseando desde los sofismas científicos de la “Rue Morgue” acompañado de Allan Poe, hasta el subterfugio del “ El Árbol” de María Luisa Bombal.  Novelas de amor, historias de desamor y el piano entristecido del único disco que había para sonar en la victrola dieron pié a una atmosfera fantástica y poco usual, y con el brillar de la luna se llegó a decir entre los bichos, que se escondían entre las tablas húmedas del caserón, que el corazón del triste muchacho brillaba caramelizado en su interior… Los cubitos de azúcar poco a poco fueron confitando el corazón de Lucas.  Lleno de “dulzura” el chico caído a las ironías del destino solo hallaba amarguras en cada una de las páginas, que solo le enseñaban los albores del amor, la ilusión y el encanto del romanticismo, no así acerca de la esperanza que cada día se tornaba quizás más implacable y lejana.   
                           
“Y se perdió el temor en un momento dado, entre bichos y humanos.  Y era tan fuerte el deseo de amar en este pequeño abandonado  que los asombrados vertebrados  se asomaron a cuidar de él para no ver su corazón quebrado.  Pero cierto día o noche desvelado  una hormiga por su naturaleza perturbada  quiso darle al corazón del chico una probada  y así poco a poco mientras Lucas buscaba ser amado  comprendió que de él su destino se había olvidado.”  

Es extraño decirlo así pero, el almíbar llegó a empalagar sus intentos de huída, atrapado por una nueva historia.  La lectura letárgica se fue apoderando muy despacio de su conciencia hasta el punto de extraviarlo de sus deseos, ya no tenía fuerzas para continuar, mientras con más esfuerzos intentaba no ser secuestrado por las voces de los tantos diálogos que lo sacaban de la realidad. Por otro lado, las hormigas tentadas por el cristal de su casi extinto latir iban consumiendo el irresistible dulzor llevándose consigo cualquier rezago de esperanza, confinándolo a un eterno vagar en busca de su libertad, en busca de su amar. 

 Las hormigas apoderadas ahora de tanta ilusión contagiaron a los otros huéspedes a probar del rojo caramelo.  Largas filas se levantaban por los tablones apolillados del entretecho, todos querían tomar un poco de aquella ilusión. -No es justo- Se decían las arañas que en su vida jamás habían probado sabores como estos y veían casi desaparecer el corazón del pobre Lucas que conservaba un par de fragmentos aún no mordisqueados, y mientras el azúcar pasaba por sus mandíbulas se olvidaban de la injusticia que cometían. Así mismo las polillas y hasta las termitas se lamentaban en un comienzo la atrocidad de este festín pero luego de saborear el empalagoso sabor caían rendidos como enamorados.  Y por un lado fue mejor, este doloroso letargo que sin quererlo daba al miserable Lucas un dejo de olvido, de satisfacción amnésica y de dulce melodía, se perdía en el insondable mundo del sueño, poco a poco el latir se fue tornando mas débil y la figura del pequeño adquirió aires de leyenda.   

                          Los dos hombres         vagabundos que
                      apestaban a sucucho           y cartón podrido,
                     bastante lejos de un             estado de mínima 
                   cordura se miraron con sobrecogimiento y ternura 
                  al ver al chico adormecido entre los libros. -parece
                    de mazapán dijo uno de ellos y el eco se repitió
                   en sus adentros en armonía con el sonido lipídico 
                      de las tripas de ambos.Y el hambre fue tan
                        grande y el chico olía a mazapán y paleta  
                           que la realidad se perdió y como en un
                             mal cuento de verdugos a los dientes  
                              de estos hambrientos desalmados 
                                fue a dar el cuerpo del pequeño
                                  azucarado. En el fondo de los 
                                     estómagos ahora alojados
                                      terminaron de deshacerse 
                                        los restos melados del 
                                         pobre Lucas. Luego  
                                           del festín los dos 
                                            hombres dieron
                                                  eructos
                                                   alegres.

 Arrancando las hojas de algún volumen de Tolstoi se limpiaron los bigotes con cuidado y con el resto de los libros hicieron una fogata donde se terminó de borrar esta historia.. En las cenizas un recorte fantasmal quedó olvidado, como huella invisible de una historia dolorosa y surreal. El retrato recortado entre restos de libros quedó tirado, esperando a que quizás algún día alguna brisa hiciera justicia al pequeño enamorado. Tres años exactamente después de que se emitiera la noticia de que la pequeña Sofía había sido encontrada muerta, ya con tiempo en rigor enterrada y oculta sub-terra en el patio de una casa en las afueras de Valparaíso. Tres años después de que el pequeño Lucas hubiera guardado el recorte atesorado de su amada informando la trágica noticia para, sin saber lo que decía, dejarla entre los muñecos que se agolpaban en las esquinas de su habitación y que por simple infortunio no pudo leer. Seis años desde que su pequeña desapareciera en la plaza Aníbal Pinto. Lucas dejaba el caserón para encontrarse con ella. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Muchas gracias por tu comentario!

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...