jueves, 8 de enero de 2015

"Engendro" por Alexandre Vilamor





Los murmullos de la ciudad evanecían a mis espaldas, fundiéndose en la sempiterna oscuridad que cada vez se hacía más espesa. Estaba perdido, desorientado, hace más de media hora que había perdido la noción del espacio. Estaba aterrado. Con cada movimiento mi alma se inquietaba, amenazándome con dejar mi cuerpo y abandonarme a mi suerte. ¡Pero ya no podía seguir huyendo! ¡Mi cuerpo no aguantaría! Debía, por lo menos, tratar de tranquilizarme, por último mi mente debía aguantar.



Me escondí entre unos arbustos, a la sombra de un abeto, emplazado a unos cuantos pasos del pedregoso sendero en que había terminado. Pero en el fondo, sabía que aquello no serviría de nada. La leyenda era demasiado clara y aún escuchaba resonar los ecos de aquellas palabras que alguna vez oí en mi infancia. Aquel relato había marcado profundamente parte de mi niñez y ahora las fantasiosas amenazas con que habían conseguido que me fuera a la cama se encontraban tras de mí…
Él podía estar en cualquier parte, porque no tenía forma, aunque podría adoptar la que quisiera para hacerse tangible. Ahora mismo podía sentirlo, pero no estaba en un solo lado, sino que en todos a la vez. Lo escuchaba respirar frente mío, lo sentía gruñir sobre mi cabeza, podía oírlo susurrar a mi derecha, lo sentí rozar mi oreja izquierda, podía percibir su movimiento bajo mis pies, lo escuché jadear tras los arbustos y recorrer el cielo con sus carcajadas. Él sabía que yo estaba allí, pero todavía no conseguía hallarme. El que no lo hiciera, aún seguía siendo mi esperanza.

El movimiento de aquel ser se detuvo por un momento, entonces volvió a estar en ninguna parte. El silencio fue absoluto por unos breves instantes antes de ser ultrajado por un desgarrador grito mezclado con un gutural aullido, un oscuro mugido, un sibilante siseo, un estruendoso chirrío, un desesperado graznido, un esquizofrénico canto y un incesante balido. Todo junto, ensordecedor, angustiante y asfixiante. La creatura volvió a moverse, acompañada de un mareante castañeo que se multiplicaba por todos lados. Nuevamente estaba allí, frente a mí, a mi izquierda, a mi derecha, tras de mí, sobre mí, debajo de mí, rodeándome en la lejanía y en la cercanía. Esa era su forma de buscarme, porque no veía si no cerraba y abría la boca, pues allí tenía sus ojos, en cada uno de los extremos de sus siete lenguas bífidas y uno solitario en el ápice de la de su rostro humano...

Aquel ser que me daba caza no era humano, pero tampoco era una bestia ni un monstruo, era una abominación, un producto de la más profunda oscuridad… Parida de una pequeña abandonada y violada, no una, sino que cientos de veces, de diferentes formas y por diversas especies. Una maquinación de la Naturaleza más cansada y enfermiza. Un octimés bastardo, una creatura que es una, pero que a la vez puede ser muchas. Un hombre, un lobo, un toro, una serpiente, un grillo, un cuervo, una ballena y una cabra, todos dándome caza, porque yo soy lo que buscan, yo formo parte de esa oscuridad que lo maldijo con el don de la vida…

Pero ahora mi maldad no era inocente como cuando desobedecía a mis padres, sino que se resbalaba de mis manos y mancillaba la inocencia de otros… Por eso él estaba allí, buscándome, acechándome, igual que a tantos otros, porque, sin lugar a dudas, yo pude ser uno de los que violó a su madre…

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*Cuento publicado en  la Antología "Poesía, Cuentos y Voz 2012"

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