Francisco Eduardo sad-.
Primera parte
Era sin dudas un día hermoso en el
paseo Yugoslavo, no estaba en neblinas como de costumbre en esta región
costera. Desde lejos se veían pasar los barcos multicolores, veleros y sonidos
roncos de buques imponentes. El aire salino cobraba un dulzor difícil de
explicar. El padre ya se había marchado al trabajo, dejando a su salida
una estela magnífica a té remojado y canela, vapores exquisitos por aquellos
años. La mamá con su tijera cortaba los tallos de la albahaca y molía los
choclos en su máquina manual. De fondo sonaban tonadas que hablaban de amor y
olvido cuasi tangos porteños, pero del puerto de este lado del continente,
menos formidables quizás, pero más condimentados se oían envueltos en los
menjunjes de la Madre. El gato Martín yacía blanco bajo las sillas de
madera en el comedor, jugueteaba con la alfombra agarrando sus hilos con sus
patas delanteras, mientras que con las traseras las desmenuzaba con una
paciencia atroz, como destrenzando un mimbre eterno. Sus ojos expandidos y
redondamente negros lo hacían ver como un gato de monte, huraño y
ensimismado en su destructiva empresa. El niño restregándose los ojos
bajaba por la escalera chillona, rara vez se atrevía a hablar, este silencio le
había desarrollado de tal manera la mirada que solo con la inmensidad de sus
ojos podía expresar asombrosamente sus deseos.
La Madre le preparó leche y
hojuelas, el hermoso niño los miró con detención flotar en el plato, era como
observar nubes. Se podía observar múltiples formas en ellos y al revolverlos
otras diez formas más, y para cuando ya se había aburrido de imaginar notó como
las nubes en su plato se habían atardecido, flácidas y deformes ahogándose en
su bóveda láctea. La Mamá había terminado su pastel de choclo el que se
doraba lentamente en el horno. Ciertamente, la albahaca y las pasas en contacto
con el calor exhalaban un perfume que se mezclaba rápidamente con el olor a
cera de las tablas de la escalera. ¿Cómo describir tal perfume tranquilizador?
Etéreo y embriagante a la vez. Un todo inmerso en la tibieza táctil, quizás ese
día fue el primer día en que nuestro, por ahora afortunado muchacho, captó la
esencia de un hogar .
Desafortunadamente así como la
tibieza es aplacada por el frío, seguramente este aroma duraría menos de lo que
cualquier aroma logra persistir en la nariz. Mientras todo esto ocurría la
madre inconsciente de toda esta atmósfera se esparramaba por los rincones de la
cocina, apretando con pasión un cucharón de roble macizo, bailaba con la
salamandra, con la escoba y con Martín el gato, quien escapaba dando saltos
circenses por toda la cocina; él era un niño bastante extrovertido si es que
alguien le hubiese observado el seso alguna vez, no obstante, desde afuera que
era desde donde todos le veían, se mostraba con un niño tímido, inexpresivo y
temeroso. Le causaba mucho pánico el ruido que ocasionaba su madre y más aún su
Padre que cubría su cabeza detrás del diario vociferando cifras y hechos
terribles, atropellos, asesinatos e incendios. Está de más decir que el chico
temía horriblemente los diarios, no podía entender como era que en esas páginas
hubiera tanta tristeza. Hace algo de tiempo, el pequeño había encontrado el
“Diario” tirado cerca de la escalera, estaba revuelto de letras como de
costumbre, letras que claramente no comprendía y una foto en el centro con la
imagen de una niña pequeña muy hermosa para él, sin embargo, no podía leer su
nombre.
Le llamó tanto la atención la foto
de la pequeña que la recortó y la guardó en un frasco vacío de Cacao, para
luego ponerlo entre sus muñecos que tenía amontonados en su habitación. Cada
noche antes de dormir miraba largo rato la fotografía enmarcada por la crónica
del diario, largo rato, hasta que la Madre apagaba la luz. Luego él abría la
tapa de su frasco de Cacao, que aún contenía los aromáticos residuos de
chocolate. Su dulce aroma le daba la sensación que le producía el bajar en los
ascensores porteños, vértigo sumado a la sensación de placer. Este aroma le
devolvía además la imagen de su hermosa Penélope enfrascada y en el divagar de
este aroma el pequeñito se quedaba finalmente dormido. Algunas semanas
después, el infante descubrió que tocando sus lápices de cera en el papel,
deslizándolos con cuidado, podía transcribir imágenes ya fuera mirándolas o
simplemente imaginándolas. Esta maravillosa técnica llamada para nosotros:
“Dibujar”. Pasar los lápices por el papel le parecía fantástico y que por
simple “olvido” sus padres nunca se la enseñaron. El niño aprendía a dibujar y
su primera obra fue el retrato deducible de su pequeña recortada.
Corrió por el pasillo, bajó la escalera y decidido tiró
presuroso la falda de su Madre para mostrarle “su obra”. La madre vociferando
alguna canción miró al pequeño y no le dio atención, él gritaba balbuceante que
por favor mirara su “dibujo”… Evidentemente la Madre ya no entendía el lenguaje
de los niños, pues es algo que se olvida desafortunadamente cuando se comprende
el lenguaje de los grandes. Se nos
olvidaba mencionar que debido a su corta edad, el niño no conocía el rostro de
su padre, puesto que éste salía muy de mañana, cuando él estaba recién
despierto, y claro no se atrevía a bajar las escaleras con su Padre en casa.
Puesto que solo gritaba los horrendos hechos antes descritos y las únicas
oportunidades en que quizás algún domingo lo tuvo frente a él pero fue
imposible ver su rostro pues éste se encontraba detrás del diario. Tenía la
sensación angustiante de que su Padre era alguna clase de monstruo, puesto que
divisaba su figura siniestra medio dormido en incontables pesadillas en donde
se le acercaba sigiloso en medio de la noche iluminado con los rayos tenues de
la ventana de su dormitorio…
El Padre por su
parte, más bien trabajólico, no era asiduo a los niños, sino muy por el
contrario puesto que no representaban una fuente de inversión al corto plazo,
sino de gastos. A veces, no muy a menudo visitaba al chico en su habitación
cuando éste por la noche yacía dormido. Uno de aquellos días, afligido en su
obstinada empresa, tomó la biblia que estaba en el cajón de su velador para tratar
de comprender los símbolos que tanto le llamaban la atención y poder leer
finalmente pero no obtuvo resultados positivos. Algo frustrado, si es que
podemos ocupar esta palabra para un pequeño de tan corta edad, decidió
inclinarse por el dibujo, pero no había lápices de cera para dibujar. Consultó
con sus muñecos, pero estos no le dijeron nada, consultó con Martín, el gato, y
consultó con su Madre y esta última fue la única que le respondió o al menos
eso pareció:
“6yLgzas 4rf8ikmtgv 7yhntgvu0opl.7uyhn 7uyhn ARRIBA 8ijm
7uhnikjmujn”
“ARRIBA” no era una palabra difícil
para él, claro que no… ARRIBA, pero dónde, ya no le parecía seguro seguir
escuchando la canción de su Madre, la voz vibrante y aguda le parecía
aterradora asi que corrió a resguardarse en su habitación. Pensó largo rato
hasta que un sobresalto le dio la respuesta. –Claro, cómo no lo pensé
antes.Cada vez que su Madre necesitaba algo extraño o difícil de
conseguir en la casa, recurría a la casa de arriba. Por alguna rara razón había
una casa dentro de su propia casa y eran seguramente sus moradores personas muy
generosas, pues como antes mencionaba cada vez que la Madre necesitaba algo
como: la máquina moledora de choclo o azúcar recurría a la puerta del techo,
pero el chico no tenía las fuerzas para mover la escalera que ocupaba la Madre
para subir hasta allí. Recorrió el dormitorio con el afán de solucionar el
problema, y bueno, no le quedó otra opción que desvalijar las cajas de sus
juguetes más grandes, para después de apilarlos poder entrar en la casa de los
vecinos misteriosos y pedirles un lápiz de cera. La puerta de la casa estaba
algo vieja notó, pero no era pesada como se la había imaginado.
-Hola, hola…- ¿hay
alguien en casa? -balbuceó el pequeño en su lenguaje infantil, pero nadie
respondió.
El niño que no era un chico tan tímido en su interior,
decidido a hacer lo necesario por un lápiz de cera, se escabulló en la “Casa”,
notó que no había gente adentro y que era bastante más amplio de lo que se
imaginaba, a pesar de que estaba bastante oscuro y olía a invierno, le pareció
un lugar claramente inquietante, todo un mundo por descubrir. Había cajas de
muchos tamaños, telarañas enormes tan hermosas como los tejidos de crochet de
su madre, algunos juguetes que creía perdidos y en una esquina algo que le
atemorizaba tanto o más que su Padre… Una torre vertiginosa que daba hasta el
techo de diarios viejos.
Luego de bajar con unos cuantos crayones se dispuso a
dibujar. Fue imposible, le había llamado tanto la atención ese mundo ajeno al
suyo. No habíamos mencionado que el
pequeño era hijo de una familia bastante pudiente y de no haber sido su Padre
un tacaño habría disfrutado de un caserón, que era el lugar en donde vivía,
lleno de lujos más de los que ya tenía, pero que pasaban desapercibidos para él
hasta el día en que subió hasta ese mundo. Al día siguiente o eso creyó, subió
nuevamente al desván y encontró una victrola, la que después de algún rato hizo
funcionar, era parecida, aunque más pequeña que la de la sala en su casa. Mientras
hojeaba los libros que se esparcían por todos lados. Sentía de a poco que
algunos íconos le eran familiares como Dios o leche, que aparecía en una
publicidad con los mismos símbolos que decía aparentemente leche en su tarro
medio lleno puesto en la cocina. Sintió que había pasado bastante rato desde
que subió y nadie lo había notado. –La Madre le daba escasa atención pues vivía
en su mundo ideal de tangos y arrepentimientos. En sus años de juventud se
había enamorado de un trasandino, pero el destino como le llamaba ella no le
había permitido quedarse junto a él en el otro “Puerto” y se había tenido que
conformar con un matrimonio arreglado por su propio bien, lo que la hacía una
mujer eternamente desdichada y alejada del amor… Maternal- Era el comienzo de la década de los setenta y
todo estaba revuelto, el Padre trataba de salvar una que otra propiedad para
que no le fuera confiscada por el gobierno socialista- El pequeño notaba con
pesar como su Madre temblorosa miraba la foto de un señor que tenía escondida
en un frasco de canela y debió ser por eso aparentemente –pensaba - que de
tanto mirar en el frasco o por querer hacerlo que todos los postres y hasta el
té tenían el mismo aroma que la foto. Era un señor sonriente, con sombrero
parecido a los que colgaban del perchero junto a la puerta de entrada.- Fue
cuando tomaba su leche de media tarde cuando de un portazo cayeron unas
polillas que estaban pegadas al techo, una quedó dando vueltas en la leche como
espiral alrededor de la bombilla de plata que sostenía, le pareció sorprendente
ver cómo daba vueltas sin parar bajando lentamente mientras sorbía la bombilla
en su vaso. Abrió los ojos tan grandes que creyó que le iban a salir volando,
cuando vio caer con fuerza el periódico en la mesa, junto a su leche… Como
queriendo pensar que era un sueño miró lentamente hacia arriba, continuando
desde el borde de la mesa hasta un abrigo empapado azul marino. Luego el cuello
blanco a rayas de una camisa almidonada y en seguida una nariz puntiaguda
enrojecida por el frío en la que descansaban unos lentes redondos aumentando el
tamaño de los ojos de El Padre. Se miraron a los ojos, el niño, sintió que era
el mismo hombre que le visitaba por las noches, el mismo hombre fantasmal y
entonces sin quererlo esparramó la polilla en una gran ola sobre la mesa,
dejando una espumante mancha tibia que se expandía por el decorado del mantel.
Se quedó helado, petrificado, todo se quedó en silencio mientras el Padre movía
la boca y su nariz roja le contagiaba el resto de la cara, enrojeciéndola hasta
las orejas y ese color rojo no era cualquier rojo, era rojo pero de ira. La
Madre, rápidamente, quitó el mantel azul con bordados. El pequeñín corrió por
su vida escaleras arriba y se escondió en la casa de más arriba, mientras
escuchaba algunas palabras alteradas de su padre, como recién aprendía a
entender, solo comprendió palabras como: Pronto, Golpe, rápido… No comprendía
si derramar la leche era algo tan terrible como para esto. Inmediatamente supo
que algo muy malo ocurría y temía profundamente ser el causante. Deseó jamás
crecer, deseó la calma y el consuelo de la soledad. –El amor le era ajeno- Despertó luego de un rato, medio tapado por
algunas hojas de Genoveva que le hacían sentir que estaba cubierto por mantas
de hilos impresos. El olor a humedad y a papel comenzaban a cobrar valor dentro
de su conciencia y la oscuridad en la que se encontraba pareció abrazarle
cálidamente. Se quedó observando el techo, tendido hasta que las sombras se
aclararon y una sutil gama de colores comenzaron a darle forma a este mundo
extrañamente confortante. El niño bajó de la casa de más arriba hasta su
habitación y se durmió. Al otro día notó
que el Padre estaba abajo por las palabras roncas que subían por la escalera,
también notó que la Madre había mirado la fotografía del señor con sombrero
porque olía a té y canela por todos lados. Desde el pasillo que daba a la sala
observaba al señor que ahora no traía abrigo, pero que conservaba su nariz
gigante intacta. En vez de oír los acostumbrados tangos de la Madre, esta vez
el Padre oía con atención la radio que hablaba las mismas atrocidades que el
diario…
Por un momento el niño llegó a pensar que su padre era un
hombre malvado que disfrutaba de esos hechos tan terribles. De pronto apareció
la voz de un señor que hablaba de “Golpe de estado”, pero el chiquillo fuera de
entender estas palabras no sabía su significado. Entraron a la casa una serie de señores que
comenzaron guiados por la Madre a empacar todo. El teléfono, los muebles, los
frascos incluso el de canela… El chico tuvo miedo, y recurriendo a sus cajas
para que no lo envolvieran a él también las apiló para subir, pero con la prisa
que llevaba no pudo evitar que cayeran justo al conseguir treparlas. Estaba
lloviendo fuerte afuera y no comprendía que era lo que pasaba, no le cabía en
la cabeza la idea de que sus padres envolvieran todo y lo pusieran en cajas.
¿Para qué?. Escondido en la casa de más
arriba escuchó como gritaban ¡Lucas!, ¡Lucas!...No sabía quién se llamaba así,
de hecho llegó a creer que ese era su nombre pero claro que no, él se llamaba
“Niño” esa era la forma en que había oído que lo llamaban desde siempre,
-Niño!, la leche- claro. Debe ser uno de los señores de abajo pues debe ser
amigo del Padre, porque varias veces en el desayuno el Padre preguntaba a la
Madre por Lucas, y ella le decía que estaba bien… “La Madre se echó a llorar
luego de un rato, seguramente fue porque le habían envuelto sus cosas. El señor
del frasco aparentemente era un hombre importante para ella y claro, que se lo
escondieran no era algo agradable”… -A mí no me gustaría que me escondieran mis
lápices – Pensó para sí el pequeño. Mamá gritaba y lloraba –¡Lucas!, ¡Lucas!-
como queriendo que apareciera aquel llamado Lucas; sin embargo la voz ronca de
uno de los señores la interrumpió vehementemente diciendo que ya no había
manera, y que el tiempo estaba en contra… De esta manera se sintió el cerrar de
la puerta de entrada, mientras el pequeño en su refugio lleno de temor y
silencio continuó inmóvil. En seguida el rugir del motor de un camión delataba
le ida de sus padres y de aquellos señores, el rugir por unos segundos se
perdió entre el perturbador ruido de sirenas que aparecieron en el acto y el
martillar de un tiroteo enmarcó aún más el silencio en el entretecho. Luego de
unos minutos el silencio lo enmudeció todo.
Pasaron los días y el infante no escuchaba la voz de la Madre, el gato
maullaba rasguñando la puerta hasta que se oyó el quebrar de un vidrio,
entonces el gato no se oyó más. Seguramente tenía hambre y había escapado. El
niño también tenía hambre pero no podía bajar pues no había cajas para
hacerlo.
Excelente, querido amigo :)
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